viernes, 26 de noviembre de 2010

Alaba a Dios en todo tiempo

Esta madrugada no podía dormir con la molestia del dolor de garganta y del ojo derecho. De pronto, abro los ojos y siento mi ojo derecho como cerrado. Lo abro con mi mano para descubrir que solo veía sombras por él. Fue una experiencia aterradora. Inmediatamente tomé mi celular y lo encendí para verlo de cerca. No podía ver la imagen de mi esposa y mis hijos en la pantalla. ¿Qué sucede?, no veo, sólo sombras!



Me asusté muchísimo y comencé a clamar a Dios pero casi no podía hablar. La garganta seca, no podía tragar, y apenas podía completar la palabra Ale… Aleluya! Comencé a pestañear rápidamente hasta que vi la imagen clara por un momento. Al volver a pestañear se fue la imagen. Por un momento pensé que perdí la vista por ese ojo, pero un segundo después me negaba a creerlo y volví a pestañear hasta que pude ver bien. El ojo estaba sumamente rojo, con secreciones y lloroso.


Esta experiencia me hizo meditar en todas las cosas que Dios nos da y que ni siquiera apreciamos lo suficiente. La vista es un sentido extraordinario que nos permite disfrutar de la creación de Dios de una forma especial. Tener la habilidad de observar un paisaje terrenal, lleno de verdor, colores vivos, el cielo azul matizado con los tonos del blanco de las nubes y el amarillo del sol, es una experiencia que unido a los demás sentidos nos permite casi tocar el cielo. Es como si Dios nos invitara a compartir el placer de haber creado la tierra. No hay nadie que te pueda privar de verlo y disfrutarlo, Dios nos lo regala a través de la vista, aunque no sea de nuestra propiedad, aún así lo podemos disfrutar.

Luego meditaba en cuán cobardes somos a la hora de afrentar nuestros miedos y nuestras enfermedades. No podía imaginarme cómo hay personas que pueden estar toda una vida con un mal que les aqueje. Las personas ciegas, los sordos, personas con alguna enfermedad terminal u otro padecimiento que les cauce dolor. Quién soy yo para decirles que tienen esperanza en Dios si apenas me sale un ALELUYA con un insignificante dolor de garganta. Por eso me obligaba a repetirlo en mi cama para poder validar las palabras que le decía a un pobre de-ambulante anoche: ¨Cuando te sientas sin esperanza y que tu vida corra peligro o te sientas muy enfermo, comienza a alabar a Dios, comienza a cantar Aleluya de corazón hasta que sientas que Dios está contigo, porque Dios habita en medio de la alabanza.¨ Hermosas palabras que Dios le dio a este joven a través de mi, pero y yo, ¿estoy dispuesto a hacerlo? Eso era todo lo que retumbaba en mi mente en ese momento de angustia y de dolor. Ahora mismo mientras escribo estas líneas aún tengo dolor y mi ojo sigue afectado, pero era necesario para darme cuenta que debemos estar atentos a la voz de Dios todo el tiempo y más aún en el dolor.

Yo admito que soy la persona que más rápido se desenfoca de lo que tiene que hacer cuando me siento enfermo. La autocompasión se apodera de mí de una forma inexplicable que hasta molesta. Y le preguntaba a Dios: ¿seré capaz de adorarte, amarte y servirte igual cuando siento dolor, frustración, angustia, desprecio, injusticias, maltrato, golpes, agonía o castigo? Entonces llegó a mi mente que el apóstol Pablo reconoció que Dios le dio un ¨aguijón¨ que lo marcaba y aquejaba, todo con el propósito de que no se enalteciera (2Corintios 12:7). Fue extraordinaria toda la obra que tuvo a bien Dios entregarle para que realizara y con la majestuosidad que tuvo el honor de llevarla a cabo

También recordaba a la mujer del flujo de sangre (Mateo 9:20, Marcos 5:25, Lucas 8:43) a quién no le importaba lo que pensaran de ella o qué obstáculos debiera sobrepasar para llegar a Jesús, lo hizo sin reparos. Sin embargo no indica cuánto dolor sentía a diario o cuánto desprecio recibía, solo podemos imaginar que desde la mañana hasta que se ponía el sol su dolor y su desgracia le acompañaban. Si nos ponemos en su lugar por un momento, sintiendo la inmundicia de su padecimiento, los dolores, calambres, la deficiencia de sangre, los cuidados que debía tener consigo misma para mantenerse en salud, quizás se nos haría muy difícil pensar en Dios y mucho menos en adorarle. Sin embargo, tenía que continuar con sus labores diarias, atender a su familia y toda la carga que esto conllevara. En la palabra no dice su posición social, pero si menciona que había visitado a muchos médicos. Así que sabemos que era una luchadora incansable ya fuera para conseguir los medios para intentar curarse. Aún este padecimiento no le nublo su visión de lograr ser sana y pudo estar alerta a todas sus posibilidades, incluyendo la de creer en que Jesús le podía sanar. http://www.youtube.com/watch?v=AgtsyVom-Ns

¿Qué nos sucede? No nos damos cuenta de que el dolor que sufrió Jesús en la cruz fue mayor que todo dolor que podamos padecer nosotros en nuestra vida.
¿Qué nos sucede? Que la somos tan egoístas que solo pensamos en nuestro dolor y no en el de los demás.
¿Qué nos sucede? Nos mantenemos sufriendo nuestro dolor con tal concentración que no vemos las cosas a nuestro alrededor.
¿Qué nos sucede? Nos negamos a ver más allá de nuestras narices para ver que Dios nos está cuidando y bendiciendo cada día, aunque estemos enfermos.
¿Qué nos sucede? Creemos que somos inútiles al no tener todos nuestros sentidos en perfecto estado.

Es por eso que existen las personas con impedimentos físicos, para que nos recuerden día a día que los únicos impedidos somos nosotros. Ellos salen adelante porque no ven su impedimento. Es algo que aceptan viven con ello. Nosotros sin embargo creemos que merecemos la salud que Dios nos da diariamente. Somos engreídos, unos orgullosos portadores de salud para repartir. No hace falta nada más que una espina en un dedo para que nos olvidemos de la gran bendición que es la vida.

La próxima vez que visites a una persona enferma, con algún impedimento físico o mental, una enfermedad terminal o padecimiento permanente, una crisis nerviosa, económica, o cualquier cosa que lo pueda desesperar, intenta ponerte en su lugar por un minuto. Verás las cosas de forma diferente y entenderás la gran misericordia de Dios hacia ti por estar sano. Solo así podrás entender el acto de pedir con fervor un milagro de sanidad, de esperanza y de liberación para una persona necesitada. Y por favor, en la enfermedad, alábale, en el dolor, alábale y la prueba, alábale.

Cambia la percepción de tu persona. Que la gente diga:

¿Qué le sucede? Que aún en el dolor alaba a Dios y le da gracias.
¿Qué le sucede? Aún bajo la injusticia contra él, sirve a los demás.
¿Qué le sucede? Que aunque no ve, no oye, no siente aún le da la gloria a Dios.

Ama a Dios por sobre todas las cosas y a tu prójimo como a ti mismo. Con lo que nos quede de fuerza o de habilidad siempre que la alabanza esté en nuestra boca.

¡ALELUYA, TE ALABO DIOS Y BENDIGO TU NOMBRE, PODEROSO ERES Y DIOS FUERTE, NADA SE INTERPONE ANTE TU PRESENCIA, MI CREADOR Y MI SEÑOR ERES TÚ, ALELUYA!

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